Después de colgarse el oro olímpico, mucha gente se hace la misma pregunta: ¿qué motivación puede tener Novak Djokovic para seguir jugando a tenis? Algo parecido tuvo pensar la sociedad a finales del siglo pasado, cuando Pete Sampras era reconocido popularmente como el mejor tenista de todos los tiempos. En aquel momento, Roy Emerson era el hombre que ostentaba el récord de Grand Slams en categoría individual masculina, un récord que Sampras igualó en Wimbledon 1999 y que superó doce meses después en el mismo lugar, convirtiéndose además en el primer hombre de la Era Open en conquistar siete veces el All England Club. De hecho, al año siguiente un tal Roger Federer se cruzaría en su camino para dejarle fuera de los cuartos de final por primera vez en una década, pero hoy no hemos venido a hablar del suizo.
Hoy hablaremos de la mayor obsesión en la carrera de Pete Sampras, un objetivo que originó tales demonios en su interior que hasta le hizo mostrar su lado más irracional, ese que tanto trabajó para esconderlo públicamente. Para sorpresa de todos, este propósito nunca estuvo relacionado ni con los títulos, ni con los Grand Slams, sino con una marca que el gran Jimmy Connors había firmado en los años 70: terminar cinco temporadas –¡además consecutivas!– como Nº1 del mundo (1974-1978). John McEnroe se quedaría cerca (1981-1984), también Ivan Lendl (1985-1987, 1989), hasta que por fin apareció aquel muchacho de Washington para reeditar un dominio de tal envergadura. Tras apartar a Jim Courier de la cima en abril del 93, Sampras ocupó el trono de la ATP al finalizar las temporadas 1993, 1994, 1995, 1996 y 1997. ¿Cuál era entonces el problema? Que a Pete no le servía el empate, necesitaba quedar por encima.
Este fue el motivo por el que 1998 supuso un infierno para el estadounidense. Aquel desafío le ilusionaba y le presionaba a partes iguales, pero pesó más lo segundo. Sampras llegó a Wimbledon, su torneo fetiche, con apenas dos títulos menores en seis meses: Philadelphia y Atlanta. Menos mal que en Londres no falló, atando su quinta corona y evitando un descalabro de puntos que hubiera sido calamitoso. Su nombre seguía capitaneando el ranking ATP, marcando una mínima distancia con Marcelo Ríos, el más cercano a pelearle esa condición. Caer en semifinales del US Open ante Patrick Rafter no ayudó a ganar tranquilidad, así que no tuvo más opción que añadir algunas paradas extras en el último tramo del curso, aún sabiendo el peligro que había de acabar totalmente fundido.
“Cuando evalué mis perspectivas en otoño de 1998, me di cuenta que no tenía ganas de participar en los torneos europeos bajo techo que se celebraban después del Abierto de Estados Unidos. Seis o siete años antes quería ganarlo todo, mi motor nunca perdía fuerza, pero ahora mis amortiguadores se estaban desgastando, la maquinaria comenzaba a deteriorarse. Para un atleta, esto es sinónimo de lesiones y momentos donde la mente se descontrola, ya no te concentras de la manera correcta, ingrediente fundamental para ganar partidos de tenis. Todos esos años como Nº1 me exigieron muchísimo, me empujaron a buscar continuamente mi máximo rendimiento en los momentos adecuados, es decir, en los Grand Slams”, explica Pete en sus memorias, ‘A Champion’s Mind’, una obra que nos ha permitido conocer al campeón por dentro.
MUCHO MÁS QUE UN TÍTULO
Lo cierto es que para Sampras los títulos eran algo muy importante, pero no eran lo más importante. A esas alturas de toda su carrera, con 27 años y ya sin nada que demostrar, lo que le impulsaba cada mañana era el reto de dejar el mayor legado posible, a ser posible, uno repleto de cifras inéditas que fueran imposible de superar en el futuro. O al menos, muy difíciles de alcanzar. ¿Y qué pasaba con el estilo? Muchos lo aborrecían, le acusaban de ser aburrido, pero Pete quería estar en los libros y por eso hizo oídos sordos y se marcó entre ceja y ceja la marca de Connors. Cerrar seis temporadas consecutivas como Nº1 mundial sería el paradigma perfecto para enseñarle a la gente lo duro que era cargar durante tanto tiempo con aquella cruz llamada ‘expectativa’, la misma cruz que te obliga cada día a ser mejor que el anterior. Un récord de tal magnitud significaba asegurarse para siempre un asiento en el debate del GOAT.
“En mi opinión, solo cinco jugadores pueden optar a ser el mejor tenista de la historia: Rod Laver, Björn Borg, Ivan Lendl, Roger Federer y, sin que suene arrogante, yo mismo”, escribió Sampras en 2010, fecha de publicación de su autobiografía. “Mi razonamiento es muy simple: para mí el mejor jugador de todos los tiempos no fue solo el que ganó X títulos o terminó X años en la cima, también es el que estuvo más cerca de dominar a sus principales rivales durante su época en activo”, explicó mientras dejaba fuera de esa conversación a otros como John McEnroe, Andre Agassi o el propio Connors.
Con este discurso, Sampras apunta directamente a un factor muy concreto y no siempre valorado: regularidad. Al final de su carrera, él mismo fue el primero en quitarle hierro a la proeza de ganar 12 Grand Slams, asegurando que para esto bastaba con hacer dos buenos torneos al año en un periodo de seis años. “El resto de meses podías estar escondido”, opinaba con ese sarcasmo que uno no sabía si hablaba en broma o de verdad. Pete tenía claro que acabar Nº1 durante seis calendarios seguidos comportaba comer en una mesa aparte, algo casi irrepetible, un dominio tan total y absoluto que hasta tapaba el tremendo déficit que sufrió durante toda su carrera cada vez que pisaba la tierra batida.
PERSIGUIENDO LA HISTORIA
Tras su derrota en el US Open, el americano avistó lo que restaba de calendario y trazó un camino con multitud de curvas hasta la meta. Fueron siete torneos disputados en dos meses, muchos de ellos incorporados a última hora por el miedo a verse apeado del asiento del conductor. Su recorrido empezó perdiendo en primera ronda de Basilea (Ferreira), un tropiezo que compensó ganando en Viena siete días después. En Lyon se retiro en cuartos de final por lesión, para luego firmar semifinales en Stuttgart, cediendo ante Krajicek en el tiebreak del tercer set. De haber ganado ese torneo se hubiera asegurado el Nº1 a final de temporada, pero tocaba seguir. A París-Bercy llegó quemado, sin energía, cuenta que incluso empezó a perder pelo por la ansiedad. ¿Acaso hay algo más deprimente que quedarse calvo? Sí, que se entere la prensa y lo saque en portada.
“La situación me superó, no era capaz de asimilar todo aquello, así que llamé a Paul (Annacone) y le dije que viniera a verme a la habitación”, recuerda Sampras sobre las horas previas a disputar el último Masters Series de la temporada. “Fue un momento decisivo, nunca antes me había visto tan vulnerable ante la gente, sentía que necesitaba un terapeuta o algo así. Aquel objetivo tan complicado de alcanzar estaba acabando conmigo, ¿y si no lo conseguía? ¿Cómo afrontaré un decepción así?”, pensó el de Washington. La oportunidad era única por múltiples motivos, sobre todo por contar con una única bala. En sus manos estaba el récord inédito de sellar seis temporadas consecutivas en lo más alto, era ahora o nunca más. Sin duda alguna, aquel era el partido más complicado al que se había enfrentado nunca, una ilusión que terminó mutando en obsesión.
Tras aquella conversación, Sampras tomó la decisión de rechazar el 95% de los actos programados en París-Bercy. El motivo era sencillo: salud mental. Aquello le provocó ciertos conflictos con la organización, hasta el punto que David Higdon (encargado de relaciones públicas) y Mark Miles (director ejecutivo) acabaron sentándose con él y obligándole amablemente a que acudiera al programa vespertino de mayor audiencia en Francia. Los altos cargos habían movido ficha, no le quedó otra que aceptar. Ahora tocaba hablar dentro de la pista, donde era obvio que no podría sacar su mejor versión. Aún así se las apañó para llegar a la final y allí ver cómo Greg Rusedski le arrancaba el trofeo de las manos. El objetivo seguía sin estar atado, ya que Marcelo Ríos acechaba a 605 puntos de distancia […] El simple hecho de jugárselo todo en la Masters Cup le ponía enfermo.
Más por miedo que por convicción, Sampras se hizo el valiente y preguntó al Estocolmo Open si les quedaba alguna WC por repartir. Dicen que el director del torneo tardó medio segundo en responder. Sin gasolina en el tanque y con una tensión insoportable, el estadounidense plantó en Suecia en una aventura que duró un día, lo que tardó Jason Stoltenberg en fulminarle en primera ronda. Pete había perdido la cabeza y sin ella era imposible competir, por eso acabó tan frustrado que lo pagó destrozando una raqueta. Hasta el juez de silla se quedó petrificado, no se atrevió ni a pitarle un warning. La gente en las gradas no parpadeaba: ‘¿Acaba Pete Sampras de hacer lo que acabo de ver? Imposible, Pete no hace ese tipo de cosas’.
UN DESENLACE AMARGO
Después de traeros hasta aquí con el máximo suspense, lamento anticiparos que el desenlace de esta historia no tiene nada de emocionante. Tras disputar su primer partido en el Round Robin, Marcelo Ríos se bajó de la Masters Cup de Hannover por lesión. Ahí supimos que el chileno llegaba a esta cita tan quemado como una cerilla, dejándole a su mayor adversario el premio en bandeja. El pulso había terminado, una pena después de la tremenda carrera que habían atravesado desde finales del verano. Pasara lo que pasara, Pete Sampras terminaría como Nº1 del mundo por sexta temporada consecutiva, siendo criticado por muchos por llevarse la gloria sin haberla sudado en la pista.
“No podía importarme menos”, reconoce el norteamericano en sus memorias, dándonos ese nivel de sinceridad que uno espera cuando le hablan desde el corazón. “Me alegré de que no se decidiera todo en un enfrentamiento final, en el estado de agotamiento en el que estaba... no sé lo que hubiera podido pasar. Sentí ganas de subirme a un avión y volver a casa desde el momento en que Ríos anunció que su temporada había terminado, pero no hubiera sido lo correcto”.
Más aliviado, menos estresado, pero sin ningún tipo de aliciente, nuestro protagonista arrasó en la fase de grupos (Kafelnikov, Moyá, Kucera) para luego caer en semifinales ante Àlex Corretja, quien acabaría llevándose el título. Era noviembre de 1998 y, desde aquel momento, ya nada volvería a ser como antes. Andre Agassi acabaría como Nº1 la temporada 1999, Gustavo Kuerten le daría el relevo en el 2000 y Lleyton Hewitt sería el mejor en 2001 y 2002, calendario donde Pete Sampras colgaría la raqueta tras conquistar el US Open.
Actualmente, Novak Djokovic posee el récord de más temporadas finalizadas como Nº1 del ranking, un total de ocho: 2011, 2012, 2014, 2015, 2018, 2020, 2021 y 2023. La buena noticia para 'Pistol' es que no fueron consecutivas [...] Una pena, de lo contrario igual todavía le teníamos en activo.