Por qué Barty dejó el tenis… y por qué nunca volverá

Han pasado tres años desde su retirada, una despedida prematura, cargada de misterio y preguntas sin resolver. Hoy desvelamos los motivos reales de su adiós.

Fernando Murciego | 23 Mar 2025 | 12.30
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Toda la verdad sobre la retirada de Ashleigh Barty. Fuente: Getty
Toda la verdad sobre la retirada de Ashleigh Barty. Fuente: Getty

No olvidaré nunca el estupor que me ofuscó aquella mañana. La noticia era de impacto mundial pero, al anunciarse en horario australiano, aquí nos enteramos con el café del amanecer: “Ashleigh Barty anuncia su retirada del tenis profesional”.

Por un momento pensé que soñaba, pero el truco del pellizco me hizo ver que era real. La verdad es que ni entendía nada, ni lo quería entender. La mujer que acababa de ganar el Open de Australia dos meses atrás había decidido romper con todo. Con tan solo 25 años y siendo la flamante número 1 del mundo. ¿Por qué? "Sé que es la hora de que me aleje y persiga otros sueños”, declaró aquel 23 de marzo de 2022. “Físicamente no tengo nada más que dar, ahora quiero disfrutar de la siguiente etapa de mi vida”, añadió en su comunicado. Palabras firmes y muy valiosas, pero insuficientes para templar mi curiosidad. Tres años después, puedo decir que por fin lo entendí todo.

El ascenso de Ashleigh Barty siempre estuvo marcado por las interrupciones. Cada nuevo éxito que llegaba lo hacía con un peaje, la típica parada que haces para reflexionar en un trayecto largo, pero que el tenis profesional no te permite efectuar. Cada gran victoria venía acompañada de una situación crítica. Cada resultado, de una duda razonable. Cuanto mejor jugaba, cuanta más calidad reunía, más se alejaba del origen, de aquel motivo primigenio que le hizo coger una raqueta por primera vez cuando era niña. Mientras el mundo la veía bailar sobre la pista, la soledad del vestuario sacaba los fantasmas más terribles de su mente. Los ‘lobos’, como ella misma bautiza en sus memorias. Unos lobos que ladraban cada semana para recordarle que no era suficiente y despertar ese síndrome del impostor tan difícil de contener. Unos lobos que, aunque ella no quisiera, tuvo que alimentar.

Ashleigh Barty siempre coqueteó con la retirada en su carrera

 

Para encontrar el primer desencanto de Barty con el tenis hay que irse a 2009, cuando una adolescente de 13 años vuelve completamente traumatizada tras su primer viaje a Europa. “Aquella fue la primera vez que pensé que el tenis no era para mí”, recuerda la oriunda de Ipswich. Fue un viaje que le abrió los ojos, un viaje que anticipó el estilo de vida que le esperaba más allá del Índico y el Pacífico. Jornadas completas en aeropuertos, dormir en hoteles silenciosos, comida extranjera o hablar con su familia a través de una pantalla era el tributo a pagar por intentarlo. Quizá para muchos suene apasionante, pero no para ella. Nunca tuvo el deseo de vivir de esa manera, así que se propuso no volver a otra gira importante hasta cumplir los 15 años.

Y lo cumplió, estuvo dos años enteros sin salir de Australia, hasta que no le quedó más remedio que volver al ruedo. En 2015, tras una gira por Europa, le quedó marcada una visita a Charleroi, también conocido como ‘el Detroit de Bélgica’. El torneo estaba bien, el problema venía después: edificios abandonados, delincuencia y jóvenes vagando sin rumbo a altas horas de la noche. Si esto fuera ‘Del Revés’, la célebre película de Disney, podemos decir que allí nació una nueva emoción en su cabeza: la nostalgia crónica. Se sentía miserable, lloraba cada día, hasta que aprendió a curar las penas a través de la escritura. En una carta le pidió ayuda a su padre, le rogó que encontrara a una persona que hiciera esta tortura más llevadera. Esa persona tenía nombre y apellidos, alguien al que conocía dede que tenía 11 años: Jason Stoltenberg.

Con el australiano dio un paso adelante en su potencial, explorando la gira de hierba de 2011 y conquistando allí Wimbledon Junior. Diez años después cerraría el círculo repitiendo entre los mayores, pero dejaremos eso para más adelante. La cuestión es que Jason fue quien construyó aquel puente hasta el profesionalismo, convirtiéndose en una especie de Jim Joyce –su primer entrenador– pero actualizado en una versión moderna. La diferencia era que Stoltenberg, ex Nº19 del mundo y semifinalista de Grand Slam, ya se había puesto ese disfraz. La cara de Barty levantando el trofeo enseña la inocencia de una niña afortunada, percepción totalmente opuesta a lo que vino luego. Tres horas con la prensa, cuatro horas de control antidopaje y, para rematar, el baile de campeones. En esa gala iba a coincidir con Novak Djokovic, Petra Kvitova y Luke Saville… pero nunca sucedió. Por primera vez en la historia del torneo, una campeona se saltaba la tradición. “Lo siento, ya tengo los vuelos sacados y no voy a cambiarlos”, le contó a su padre por teléfono. “Llevo fuera de casa seis semanas, me vuelvo ya mismo”.

Ash Barty, campeona de Wimbledon Junior 2011

 

Pensaba Ashleigh que en casa abrazaría el anonimato que perseguía. Error no forzado. “Al llegar me encontré cámaras por todas partes, solo querían sacarme una foto abrazando a mi familia al aterrizar. Estaban allí para capturar ese momento, para capturar la instantánea adecuada. Así fue como se apoderaron también de esa ocasión, me la robaron a mí y a los míos, lo encerraron todo en una película y lo hicieron suyo. De repente, llegar a casa como campeona me resultó una experiencia decepcionante. Eso no era tenis, era otro cosa”, escribe de su puño y letra, subrayando para los más despistados lo repulsiva que puede llegar a ser la fama. Stoltenberg, que observaba cada detalle, no dudó en hablar con sus padres y, de alguna manera, predecir el futuro: “Su hija es un diamante, hará cosas brillantes, pero habrá que cuidarla mucho”.

PRIMERA RETIRADA

Para conocer la primera vez que Ashleigh Barty dejó el tenis hay que haberse leído su libro: ‘My Dream Time’. Ocurrió a finales de 2011 y duró exactamente quince días. Mas que un hecho, fue un intento. La australiana acabó muy agobiada su primera temporada profesional, hasta el punto de sentir que ya le había dado mucho al tenis, así que ahora tocaba recoger lo sembrado. Honestamente, lo que Barty pensaba era en la necesidad de controlar lo incontrolable, lo extra deportivo. No era la típica presión del deportista, sino la presión de una niña de 15 años que venía de ganar el campeonato sub12, sub14, sub16 y sub18 de su país. Con ese palmarés, lo lógico era apuntarse al play-off del Open de Australia 2012, donde varios tenistas locales se enfrentan con una wildcard en juego para el cuadro principal. ¿Y qué pasó? Que ganó. Imposible retirarse después de aquel pelotazo.

Con 15 años puso dirección Melbourne para debutar en un Grand Slam, aunque allí cedería en primera ronda contra Anna Tatishvili (6-2, 7-6). El crecimiento era notorio, constante, evidente, pero el círculo de Ashleigh nunca tuvo prisa. Prefirieron disputar torneos que no estuvieran muy lejos, teniendo siempre presente la observación de Stoltenberg tras ganar Wimbledon Junior. Mientras tanto, la cabeza de Barty ya funcionaba con el vigor de una fábrica de mil trabajadores. “¿Qué pasará si no logro las cosas que la gente piensa que debo lograr? Y peor todavía: ¿Qué pasaría si me fuera lo suficientemente bien como para adoptar este estilo de vida solitaria para siempre?”. Para bien o para mal, rápidamente se vio atrapada, acorralada por su propia habilidad.

Ash Barty explica cómo sufrió la expectativa en su etapa junior

 

En 2013 rompió el cascarón para que todo el mundo le pusiera cara, principalmente en el circuito de dobles. Hasta tres finales de Grand Slam alcanzó aquella temporada junto a su compatriota Casey Dellacqua, once años mayor. Es cierto que las perdieron todas, pero no era esta la principal preocupación de Barty en aquel entonces. En plena adolescencia, los primeros complejos e inseguridades hicieron acto de presencia frente al espejo, lo cual se sumó a las derrotas y las altas expectativas. Solo tenía 16 años y, sin embargo, ya no disfrutaba del tenis. El que no le preguntaba por qué no ganaba más en singles, le preguntaba por qué no tenía el mismo cuerpo que el resto de jugadoras. Aquello la volvió débil, inexperta, hasta verse superada por tanto ruido interno.

Tenía 16 años, ya no era una niña exactamente, pero toda mi vida me habían dicho que era un prodigio, que tendría éxito y que sería número 1 del mundo. Había empezado a creérmelo y eso me asustaba. ¿Qué pensarían todas las personas que me habían puesto en un pedestal si finalmente fracasaba? Aquellos que me veían como la próxima Martina Hingis, por ejemplo. Nadie debería verse nunca obligado a alcanzar algo así. Aquello fue, precisamente, lo que me hizo sentir una fracasada”, relata con crudeza en sus memorias.

También su padre había sufrido depresión –sí, es esta palabra y no otra–, apostando por un tratamiento que combinaba medicación y terapia. Un infierno que aumenta su temperatura cuando ni siquiera tienes la mayoría de edad. De repente se volvió imposible afrontar cualquier viaje, se hundía antes de salir de casa. Lo peor de todo era no entender por qué se sentía así, por qué hacía lo que hacía. Identificar los problemas es importante, pero solo es el 50% del trabajo, luego hay que eliminarlos. Por ejemplo, ¿qué había de malo en tener una fisionomía diferente a las demás? Es fácil responder a esta pregunta con 29 años, pero no con 17.

Ash Barty revela sus complejos físicos siendo adolescente

 

En esa época tenía que lidiar con el aumento de peso funcional en cada parte de mi cuerpo. Nunca tuve la constitución de las otras chicas, sino la constitución de una atleta. Entrenaba, jugaba, comía y dormía de una forma en la que mis cuádriceps se reforzaban. Necesitaba esa fuerza para que mis piernas respondieran en cada golpe. Hacía ejercicios para fortalecer mis antebrazos y la parte superior de mi cuerpo, pero observaba con melancolía cómo mis hombros se redondeaban y definían. Lo odiaba, me preocupaba que los demás me vieran diferente, aquella sensación era terrorífica”, rescata con aflicción.

Tan desafiante empezó a ser el día a día que su andadura en los torneos se reducía a estar llorando en el vestuario, pensando en lo que se estaba perdiendo en casa. Hasta que un día se hartó. “Estaba acabada”, asegura Barty, que buscó a Stoltenberg para darle la noticia. “El tenis profesional no es para mí, quiero romper este vínculo, quiero hacer algo diferente […] Quiero parar, no puedo hacer esto más”, sollozó delante de su entrenador. Jason intentó convencerla una vez, pero ni una más.

Sé como te sientes, Ash. Lo entiendo y está bien. Es lo correcto, no hay problema, estoy orgulloso de ti y de tu decisión”, contestó el australiano. Decidieron poner el punto y final en el US Open, donde ya se había comprometido a formar pareja con Casey. La propia Ashleigh reconoce que afrontó ese torneo esperando una señal dentro de pista que, al liberarse de la presión, le hiciera sentir algo especial, alguna manifestación que le recordara que su lugar estaba allí, en aquella jungla que estaba a punto de abandonar…

Ashleigh Barty recuerda su etapa como jugadora de cricket

 

… pero no pasó. De hecho, fue todo lo contrario: eliminada en primera ronda en individual y en dobles. Su segunda retirada como profesional saltó la barrera que no logró la primera. Con 18 años, Ashleigh Barty se apartó del mundo del tenis sin saber qué sería de su vida, hasta que el cricket se cruzó en su camino.

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA

Pese a no tener formación académica en esta disciplina, los números indican que Barty se convirtió en tiempo récord en una gran jugadora de cricket. Desde el primer momento descubrió que era realmente buena, nunca tuvo carencias mentales, pero aquello no era lo mismo. Le gustaba la competición, pero extrañaba la responsabilidad, la sensación de que sus derrotas fueran consecuencia de sus errores, no de un equipo. El típico pensamiento de un autómata que no quiere que sus facturas estén en manos de otro. Extrañaba la competencia del uno contra uno, el hecho de que el resultado siempre estuviera bajo su control, por eso nunca dejó de practicar tenis con Jim Joyce, aunque fuera a escondidas.

Lo cierto es que Jim sabía cómo cabrearla. Ambos se juntaban de vez en cuando para entrenar, momento donde Ashleigh aprovechaba para detallarle su última victoria en el cricket. ¿Qué le respondía él? “Compáralo con jugar contra Serena Williams en el Open de Australia”. Ese tipo de comentarios fue reavivando el gusanillo en el estómago de la oceánica. “Una parte de mí sabía que había dejado el tenis sin haberme involucrado por completo. Había sentido la monotonía de los viajes, el aislamiento del circuito y la presión de las expectativas, pero nunca me había comprometido a darlo todo. Ya fuera por miedo, desesperación o la sensación de estar jugando por otros, siempre me había reservado algo. Ahora me sentía culpable y curiosa al mismo tiempo. No por cuántos torneos habría ganado, sino por dónde podría haberme llevado el tenis”, se cuestionaba la exjugadora. Al final, tan grande se hizo la duda que no le quedó otra que resolverla.

Fue una llamada de Casey Dellacqua lo que acabó por decantar la balanza. Os digo hasta la fecha: 15 de enero de 2016. Tenía que ser ella, su persona de confianza dentro del vestuario, quien la citara como sparring en los primeros torneos de la temporada. El encuentro con su amiga estimuló de nuevo esa pasión por el tenis, un simple entrenamiento, sin cámaras y entre risas: “De repente lo sentí: extraño esto. Había olvidado lo mucho que el juego podía hacerme sonreír. Esa misma noche llamé a Stolts, mi decisión estaba tomada. Creo que cuando vio que sonaba su teléfono supo exactamente de qué se trataba la llamada. Al día siguiente volví a casa, a Brisbane, lista para regresar al circuito”. Nadie en su familia se sorprendió al escuchar la noticia, como si todos lo hubieran dado por hecho. La Barty 2.0 estaba ya en plena cocción, pero con un gran cambio respecto a la anterior, el que le remarcaron sus seres queridos como principal premisa: “Esta vez, hazlo a tu manera”.

EL TALENTO SIEMPRE SE IMPONE

Necesitó cuatro torneos para poner su nombre entre las 250 mejores del ranking. No se le había olvidado jugar, ahora tocaba romper su techo. En 2017 llegaría su primer título y su irrupción en el top20, dando rienda suelta al despertar de la fuerza. En 2019 vendría la eternidad, Roland Garros, su primer Grand Slam. Inolvidable aquella batalla táctica ante Marketa Vondrousova (6-1, 6-3) que la dejó en shock tras el match point. Si no lo recuerdan, búsquenlo. La australiana no sabía qué hacer o cómo celebrarlo, simplemente levantó los brazos y miró a su equipo. En el momento de recibir el trofeo se acordó de Rod Laver, al que había visto por la mañana. “Puedes hacerlo”, le dijo la leyenda, con seguridad.

Ashleigh Barty, campeona de Roland Garros 2019

 

Cuando llegó la noche y la cena privada con su entorno, reconoce Barty que seguía sin creerse que era campeona. No durmió nada esa noche, se la pasó mirando mensajes en redes sociales, alimentando un poco el ego y la curiosidad. Pensaba mucho en el partido, buscaba revivir cada momento, se hubiera quedado por siempre a vivir allí. Por otro lado, en la cabeza de Craig Tyzzer, su entrenador en este nuevo comienzo, solo había lugar para las tres frases que se cruzaron nada más finalizar el encuentro.

  • AB: Ya nadie nos podrá quitar esto
  • CT: “Ya nadie te lo podrá quitar
  • AB: “¿Ahora ya me puedo retirar?

Hay que tener mucha pedrada para pensar en la retirada cinco minuto después de haber ganado tu primer Grand Slam, pero el que haya llegado hasta este párrafo ya se habrá dado cuenta que Ashleigh Barty no es como las demás. Ya con el Nº1 del mundo en sus manos, la temporada 2020 supuso otro desafío emocional. Arrancó la gira australiana con mucha presión, ruido y expectativas. Allí donde siempre encontraba paz, esta vez halló agobio, opresión y sofoco. El 2019 había sido tan largo e intenso que arrastraba la sensación de no haber parado. Tampoco ella era la misma persona, ahora era la reina del circuito, la líder del vestuario, una referente de la que todo el mundo exigía un trocito. Por primera vez no estaba disfrutando de jugar en casa, de dormir en casa, de todo aquello que anhelaba cuando estaba fuera. Ahora Ashleigh era el león del zoo, la atracción que todo el mundo quería ver, el ‘problema’ era que la querían ver rugiendo, ganando torneos, ya no les valía otra cosa. Con el siguiente ejemplo lo van a entender perfectamente:

Voy a mi cafetería favorita y me paran seis veces en los dos minutos que dura el trayecto. Voy a las tiendas a comprar algo y me paran en cada pasillo. Doblo una esquina y la gente que me ve ya está esperando, sonriendo, expectante. Son gente encantadora. Extraños encantadores. Extraños que saben los nombres de mis padres, mis hermanas y mis perros. Extraños que quieren un abrazo y yo no sé qué hacer, porque esto da miedo y es insólito. Y cuanto más tiempo comparto con ellos, más gente está dispuesta a posar para una foto, más gente espera su turno. Los buenos modales crean esa atracción gravitatoria, hasta que me doy cuenta que necesito apartarme o estaré allí todo el día”.

Ashleigh Barty y la cara oculta del éxito en el deporte mundial

 

Tan solo era la segunda semana del año, pero aquel circo ya le causaba estragos, no era capaz de manejar su nuevo estatus. “Esto no es lo que yo quiero”, se repetía una y otra vez, rememorando frases que ya habitaron en su mente en el pasado. El peaje del éxito era ineludible, hasta que una pandemia mundial cambiaría la realidad por una temporada. Deportivamente hablando, podemos decir que el COVID vino al rescate de Barty, aunque la decisión de no jugar absolutamente nada desde marzo –Doha fue su último torneo– la tomó ella. Necesitaba apartarse de la competición, llenar el depósito y no volver hasta 2021, donde de nuevo el talento se juntó con la frescura para coronarse en templos como Wimbledon. ¿Y qué pasa cuando ganas Wimbledon? Que te pasas el juego, por eso en 2022 volvieron las dudas cuando en pretemporada se sentó a buscar nuevas motivaciones.

¿Qué hace el ser humano cuando alcanza una cima? Nos detenemos, nos sentamos y disfrutamos de la vista. Respiramos. Nos tomamos un tiempo para apreciar lo que hemos hecho y empezar una nueva aventura. En el deporte no. En el deporte volvemos al campamento base de cada año y comenzamos el mismo viaje de nuevo, para intentar llegar a la cima una vez más”, escribe Ashleigh en su autobiografía.

Lo que para cualquier aficionado sería una bendición, para ella suponía revivir el mito de Sísifo, cargando con una piedra para toda la eternidad. La diferencia era que aquí el castigo no se lo imponía Zeus, sino ella misma. Dueña de su propia condena, un contratiempo en pretemporada detuvo por momentos el reloj. Siendo Barty profesional como pocas, nadie entendió por qué aquella tarde decidió detener el entrenamiento, negándose a completar el último bloque de ejercicios. Era una señal de lo que estaba por llegar, un comentario al final de la práctica que dejó confundidos a todos los miembros de su equipo: “Chicos, creo que este será mi último verano”.

Ashleigh Barty, feliz en su último torneo como profesional

 

En ese momento lo tomaron a broma, pero la Nº1 del mundo y vigente campeona de Wimbledon iba muy en serio. Ben Mathias, su hitting partner, fue la primera persona en conocer los planes de la australiana. También fue el encargado de encender la última llama.

  • AB: “Ya no sé por qué sigo jugando, creo que ya no puedo más
  • BM: “Lo entiendo, pero siendo muy sincero, todavía no ganaste un Grand Slam en pista dura

[Silencio incómodo]

  • BM: “… creo que si te fueras a la mierda ahora mismo, habría algo que te pesaría, te quedaría algún asunto pendiente”
  • AB: “Ben, no me queda nada, ya no tengo chispa
  • BM: “No tienes un Abierto de Australia, y lo quieres”

[Silencio incómodo]

  • BM: “Simplemente, ve a ganarlo. Y luego retírate”

[Silencio incómodo, el más incómodo de todos]

EL ADIÓS DEFINITIVO

En esa conversación se originó la cofradía del clavo ardiendo, la de ir a muerte a por el Open de Australia 2022. No invitó a la esperanza su inicio de curso, vacía psicológicamente y con la cabeza lejos del tenis. En Adelaida, sin embargo, pasó de casi perder con Gauff en primera ronda a terminar ganando el título. Así llegó a Melbourne Park, compitiendo sin alma en cada ronda, puro piloto automático, pero arrasando a cualquiera que se interpusiera en su camino. El hecho de que todo le diera igual, de que no sintiera nada, sorprendentemente le ayudó a sacar su versión más letal. No había expectativa, no había ilusión, lo único que había era el deseo que de llegara ese último punto. “Mi próxima derrota será la última”, le confesó a su entrenador antes de la tercera ronda. Pues tendría que ser en la final, donde llegó después de perder 21 juegos en seis partidos.

Si alguien nos hubiera dicho que aquel sería el último partido en la carrera de Ashleigh Barty le hubiéramos llamado loco. Campeona del Open de Australia sin perder un set, invicta en la temporada con balance de 11-0, número 1 del ranking de forma destacada, pero con una decisión tomada en firme que no admitía réplica. En la celebración de esa misma noche reunió a todo su equipo y les comunicó la exclusiva, era el momento de que supieran lo inevitable. Esta vez no le importó volver a pasar por el circo de los discursos, las ruedas de prensa, atención a los medios, noche sin dormir y posado oficial a la mañana siguiente. Para ella, el círculo estaba cerrado.

Ashleigh Barty, campeona del Open de Australia 2022.

 

Sentí mucho alivio, pero no por haber ganado el torneo ni por la idea de que ese hubiera sido el final de mi carrera. Sentí alivio por el peso que me saqué de encima, por jugar el Open de Australia según mis condiciones, ganara o perdiera. Muy a menudo, el resultado en el Grand Slam de casa estuvo determinado por factores que estaban fuera de mi control o por errores míos, pero esta vez jugué a mi manera, como siempre quise hacerlo”.

La de Ipswich disfrutó de unos días en casa, desconectada de todo, hasta que se dio cuenta de que aún no había hecho el anuncio oficial de su retirada. Aunque ya se comportaba como una jubilada, había que pasar por ese trámite, pero una última parada surgió en su programación. Semanas atrás se había comprometido para disputar la eliminatoria de FedCup de abril, celebrada en Brisbane, por lo que allí daría su pincelada final. El plan era ideal, pero el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania desbarató sus planes dejando a ambos países fuera de la competición, provocando de esta manera que Australia avanzara directamente a la fase final de noviembre. Jamás pensó Barty que una guerra la fuera a privar del último baile de su carrera.

“La noticia salió a la luz el martes 1 de marzo, por la noche. Rusia y Bielorrusia estaban fuera del torneo, así que me tocaba esperar. En la mañana del sábado 12 de marzo, al despertarme, tenía un mensaje de texto de Alicia Molik: 'Australia avanza directamente a la final’. La eliminatoria en Brisbane había sido cancelada. Y así, sin más, mi carrera había llegado a su fin. Definitivamente, estaba jubilada”, escribe Barty en las últimas páginas de su historia.

Casey Dellacqua, una de las personas más importantes para Ash Barty

 

De repente, aquello que ha formado parte de mi vida durante 20 años ya no existe y, sin embargo, no siento tristeza ni tampoco una gran felicidad. Todo me parece natural y normal. Ya no necesito perseguir nada. Tampoco necesito una despedida. Cuando termina un capítulo de un libro, no dejas de leer. Quizá te detengas un momento, reflexiones un poco sobre lo que acabas de aprender, pero luego pasas la página y sigues adelante”, añade la Nº1, que encaró las escaleras de su casa para plantarse en el garaje y desmontar todas sus raquetas. Aquellas que tanto había protegido durante toda su vida representaban el último sacrificio hacia la libertad. ¿Que por qué lo hizo?

La mejor manera de explicar por qué hice esto es porque me gusta que las cosas tengan un final. Me gusta un corte limpio, una lista completa, una casilla marcada, una puerta cerrada. Me recuerda a cuando dejé de jugar siendo adolescente y decidí no proteger mi ranking. Cuando estás fuera, estás fuera. Pizarra en blanco. Página en blanco. Nuevo día”, argumenta la oceánica, que solamente salvó la raqueta con la que ganó el Open de Australia. Por lo que sea –léase esto en clave de humor– esa era especial.

LIBERADA, PARA SIEMPRE

De todo su entorno, tanto el profesional como el personal, cuenta Barty que las conversaciones más duras fueron con Nikki (su agente) y con Craig Tyzzer. No porque les tuviera que anunciar que dejaba el tenis, sino el motivo que se escondía tras esta decisión. Necesitaba que la entendieran, que la respetaran, que no la juzgaran y, sobre todo, que no buscaran convencerla. Su sueño estaba cumplido, todo lo que viniese ahora era prescindible. Confió en Casey Dellacqua para grabar una entrevista de despedida el 18 de marzo, donde daría la noticia a nivel global. Prefirió eso a una rueda de prensa ordinaria, donde todo el mundo repitiera las mismas preguntas inapelables. Una charla que duró 2h30min y que acabó viendo la luz en un vídeo editado de seis minutos.

Un día antes de publicarse de la noticia, Ashleigh llamó a todos sus seres queridos para anticiparles la primicia, aunque evitó escribir a sus compañeras de vestuario para no seleccionar unas sobre otras. A la mañana siguiente hizo lo propio con sus patrocinadores y la prensa local. Hasta que llegó el momento, aquel fatídico 23 de marzo donde la número 1 del mundo, con tan solo 25 años, intentó enseñarnos que el éxito en la vida no solo se basa en ganar partidos o dinero. Era lo más parecido que el mundo del tenis había vivido desde Björn Borg, otra retirada prematura de un deportista universal y absolutamente dominador. Para ella, todo se explicaba en una frase: Retírate cuando te pregunten ‘por qué’, no ‘cuándo’.

Ash Barty anuncia su retirada definitiva junto a Craig Tyzzer

 

Obviamente, las redes sociales desbordaron la tranquilidad de Barty durante las siguientes 24 horas, también los mensajes directos. Apagó la tele, puso el teléfono en ‘No molestar’ y respiró profundamente. Era libre, se acabó aquella condena, hasta nunca Sísifo. Dice la australiana que, de todas las llamadas que le entraron aquel día, solamente respondió una, la de Evoone Goolagong:

¿Estás bien? […] Pues ya está, eso es todo lo que importa

Qué privilegio es contar con ese apoyo en un momento así, esa empatía de una mujer que lo es todo en Australia, el gran ídolo de Barty. Sin embargo, no fue esa llamada la que provocó la mayor emoción en la australiana, sino un mensaje en Twitter, de una usuaria anónima, que le compartió una compañera esa misma tarde. “El día que me retire espero que la gente hable de mí como habla de Ashleigh Barty en estos momentos”, rezaba el tweet. Ahora más que nunca, el objetivo estaba conseguido.