Todo estaba preparado para que Rafael Nadal contase con una despedida a la altura. Eso, al menos, parecía. El horizonte y el escenario ideal había quedado dibujado en la mente de la organización: España clasificada para la final de la Copa Davis 2024, con Carlos Alcaraz ejerciendo de líder y rascando algún punto más en cada eliminatoria, y el balear despidiéndose el viernes bajo la atronadora ovación del Martín Carpena. El problema, como bien dijo el propio Rafa, es que los finales de película... solo existen en las películas.
Se descuidó un único detalle: que los rivales juegan. Y mucho. Lo demostró Botic van de Zandschulp, enchufadísimo bajo su gélida mirada para meter en la cubitera al Carpena y arrasar en ritmo competitivo a Rafa. Lo demostró Wesley Koolhof, crecido bajo los grandes focos, en contraste con un Marcel Granollers atenazado. La batalla de doblistas cayó de la mano del campeón de Grand Slam, una posibilidad factible que, parece, jamás pasó por la cabeza de la organización. Lo que prometía ser un fin de fiesta histórico, una cuadratura de círculo perfecta tras aquella Copa Davis de 2004, vio cómo las nubes en forma de bombas neerlandesas teñían al pabellón de nostalgia, tristeza y decepción.
La crónica de una muerte anunciada, además, ha supuesto un quebradero de cabeza para la propia Copa Davis. Entradas vendidas a precios estratósfericos, con la ilusión y la -casi- seguridad de ver a España a partir del viernes, que quedaron en nada. Viajes a palcos VIP descartados; no imagino a grandes empresarios demasiado entusiasmados con ver un Daniel Altmaier vs van de Zandschulp. Sin ningún tipo de red de seguridad, la expectación mediática generada en torno a la despedida de Nadal eclipsó el objetivo de conquistar la Copa Davis... y ambas, en un guiño del destino, serán finiquitadas (al menos en España) por la puerta de atrás.
SIN DJOKOVIC, SIN FEDERER, SIN PAU GASOL
Como pueden imaginar, el escenario más optimista iba a contar con la presencia de los grandes rivales y amigos del balear. Novak Djokovic, Roger Federer, Andrea Gaudenzi o Pau Gasol estaban dispuestos a acudir a esa ceremonia de despedida que nunca existió. Y el error, claro, fue no contemplar todos los escenarios posibles: embriagarnos de la épica que rodea a la leyenda y esperar que el resultado fuese el ideal. En cierto modo, el final de Nadal le hace más humano y lo acerca a su afición mucho más: sí, los mejores también conviven con la derrota y la decepción; sí, los mejores también afrontan situaciones lejos de ser idílicas; sí, los mejores también sufren, se ven traicionados por su cuerpo, derraman lágrimas tras una caída.
La imagen de ese Rafa más humano, solo en la Central del Martín Carpena, duele. No es la estampa, seguro, que la Copa Davis quería dejarnos en la que posiblemente sea su última edición en España (en lo que a las Finales se refiere). La vida misma, amigos y amigas, se manifestó en el pabellón andaluz: no siempre el escenario que se nos avecina es el ideal, no siempre las cosas salen como las planeamos, y no siempre tentar a la suerte sale bien. Lección aprendida, final amargo y puerta abierta a que un Nadal vs Federer futuro nos alivie ese regusto tan agridulce de una despedida... que se acabó convirtiendo en la crónica de una muerte anunciada.